Esta
producción hispano-mejicana del año 2006 fue todo un éxito mundial. Ganadora de
tres Oscar y 68 galardones más, entre ellos siete premios Goya en España y
nueve premios Ariel en Méjico. Ha sido la película rodada en español más
taquillera de la historia y entusiasmó a todo el mundo: el público, la crítica
y los intelectuales.
Con
estas credenciales, aun antes de verla estaba claro que iba a encontrarme ante una
inmundicia de alto nivel y una indecencia absoluta. No tanto en su factura sino
en su contenido simbólico y en los mensajes que transmite.
La
visión de la cinta confirmó estas expectativas. Como producto comercial es una
película técnicamente bien hecha y entretenida, con buenos efectos especiales y
un guion aceptable, varias ocurrencias ingeniosas y un elemento fantástico que le
da su carácter particular. No es que sea una película memorable (comparada con
cualquier auténtico clásico es bastante insignificante) pero sí tiene los
ingredientes correctos, dosificados con maestría, que dan el tipo de vulgaridad
inteligente que llena las salas de cine, porque así han educado el gusto del
público actual.
El secreto
de la película, sin embargo, va más allá de ser un buen producto comercial y está
en su significado, en la ideología implícita, las sugestiones y las imágenes
que transmite, con un mensaje claro e inequívoco. Es una producción que simboliza
perfectamente las ideas y actitudes espirituales dominantes hoy en día.
Naturalmente esto es lo que ha entusiasmado a los intelectuales y a los
críticos, extasiados ante esta representación que educa en los antivalores que para ellos son sagrados.
El
trasfondo histórico es la inmediata posguerra española y la lucha de los maquis, las partidas guerrilleras que
continuaron combatiendo al régimen de Franco durante algunos años. Como en muchas
otras películas españolas de los últimos años, los franquistas son los malos malísimos
y la carga de propaganda política es notable, además de bastante pueril. Pero
esto es sólo la ambientación y no el mensaje principal.
El
contenido esencial de la película es un ataque furioso, bilioso y abyecto
contra la figura del padre. Totalmente en línea con la ideología hoy dominante
en Occidente y particularmente insidioso, porque es transmitido a través de
sugestiones e imágenes para que sean mejor absorbidas, especialmente por niños
y chavales.
Mensaje
que entra muy bien en la España actual. Pero aunque nuestro país es seguramente
uno de los que tiene mayor densidad por metro cuadrado de babosos berreando contra el machismo, el patriarcado y toda
autoridad, la hostilidad contra la figura del padre evidentemente no es
algo exclusivo de España sino de todo Occidente.
Completa
el cuadro otro nivel de mensajes, más sutil, que resume la intención profunda de
la película y expresa una tendencia de fondo muy típica de los tiempos actuales.
Se trata simbólicamente de rehuir la luz y la elevación interior, para buscar
el sentido de la vida en la oscuridad, las profundidades de la tierra y el
descenso a un nivel infrahumano.
La narración
se articula en dos niveles: el mundo normal de todos los días y el mundo de la
realidad fantástica, mágica, al cual tiene acceso sólo el personaje de la Niña,
hilo conductor de la película y personaje principal. Los otros son:
El
Padre Opresor, un capitán del ejército franquista al mando de una compañía de
soldados, enviada a las montañas para combatir a los guerrilleros.
La
Heroína Guerrillera, mujer que trabaja en el caserío donde están instalados los
soldados, pero en realidad ayuda a los maquis.
La
Madre Víctima, esposa del capitán y, como no podía ser de otra manera, víctima
del Padre Opresor. La Niña es hija suya pero no del capitán.
Comienza
la película. La Madre Víctima viaja con la Niña en un convoy militar hacia el acuartelamiento
de los soldados en las montañas. Está en avanzado estado de gestación y no
debería hacer ese viaje, pero va allí porque el Padre Opresor la obliga a ello,
cometiendo seguramente violencia de género ante
litteram. Tanta obcecación es debida a que, para el capitán, “un hijo debe nacer donde está el padre”.
Por tanto queda claro que la paternidad y sus razones representan el mal.
Por
lo demás el capitán deja claro su carácter despótico y autoritario desde el
principio. La Niña, como corresponde al personaje símbolo de una espiritualidad
y sensibilidad superior, en contacto con el mundo invisible, comprende
instintivamente la maldad del Padre Opresor y siente rechazo por él desde el
primer momento.
Por
su parte, la Niña no es una simple niña sino la hija del rey del inframundo.
Ésta abandonó su reino subiendo a la superficie y salió a la luz del sol. Pero
la luminosidad, lejos de tener un significado positivo como para toda niña bien
nacida, no le hizo mucho bien porque le hizo perder la memoria. Desde entonces
vaga perdida y en pena por el mundo.
Nótese
de pasada la perversa inversión del conocido simbolismo de las almas que
habitan en el cielo y caen a la tierra olvidando quienes son, cuya aspiración
es retornar a la luminosidad y al mundo espiritual. Aquí tenemos, al contrario,
a la hija díscola del inframundo cuya tragedia es haber olvidado quién es porque ha subido hacia la luz, y el
final feliz que se nos propone es el retorno a las profundidades bajo la
tierra. Por sí sola este simbolismo invertido nos deja bien claro lo que
estamos viendo.
Mientras
el capitán psicópata hace de las suyas asesinando a dos inocentes paisanos que
iban a cazar conejos, un insecto repugnante sigue a la niña, que a un cierto
punto comprende que no es un simple insecto repugnante. En efecto es un hada
(!) que para comunicarse con la Niña recupera su forma, por cierto no mucho más
agradable que la del insecto porque parece una especie de criatura infernal.
Imagino que esto es deconstrucción de
estereotipos, o simplemente es apropiado para las criaturas del inframundo.
El
hada la lleva hasta un antiguo laberinto donde al fondo de una escalera
descendente hay un fauno, un bicho también bastante feo que bien pudiera haber
sido el camarero de un aquelarre. Éste la informa de que hay una puerta abierta
para regresar al reino subterráneo, pero debe superar unas pruebas. La primera
es salvar un árbol con forma de útero que está muriendo porque hay un
gigantesco sapo dentro que lo sofoca. El repugnante sapo debe ser un símbolo masculino
secundario, o quizás del óvulo fecundado y la maternidad (recordemos que estamos dentro de un árbol con forma de útero). De cualquier manera la niña sigue las instrucciones del fauno y el sapo muere. La primera prueba así queda superada.
Mientras
tanto la Madre Víctima sufre hemorragias y está mal, evidentemente porque el
Padre Opresor la ha obligado a afrontar el duro viaje. El fauno le da a la niña
una raíz de mandrágora para curar a la madre y ésta mejora. Mientras tanto el
Padre Opresor, en un nuevo acto de violencia de género, da instrucciones al
doctor para que salve al niño y no se preocupe de la vida de la madre, pues lo
que le interesa es perpetuar el linaje y su esposa es un mero instrumento.
La niña afronta su segunda prueba, pero desobedece las instrucciones del
fauno y despierta a una especie de engendro monstruoso que se come a los niños.
Ella escapa por los pelos pero el engendro se come a dos de las tres hadas que
la acompañan. El fauno se enfada con la Niña, le dice que ha fallado y que las
puertas del inframundo están cerradas para ella.
Mientras
tanto los maquis están cada vez más
activos y combaten a los soldados. El capitán psicópata sigue demostrando lo
malo que es de todas las maneras posibles, torturando a un prisionero y
cargándose con un tiro por la espalda al doctor, cuando descubre que éste daba
medicinas a los guerrilleros.
Luego
nace finalmente el niño con la ayuda del paramédico, pero la madre muere porque
el capitán ha descubierto la raíz de mandrágora y la ha arrojado al fuego. Mujer,
por tanto, víctima de la maternidad impuesta por el Padre Opresor para
perpetuar su descendencia. Dos pájaros de un tiro: tan malo como el padre es la
maternidad, esclavitud de la mujer.
En
cambio buena es naturalmente la heroína guerrillera, de la cual el capitán
psicópata ha empezado a sospechar. Ésta intenta escapar con la Niña pero es
capturada en el bosque. El Padre Opresor se queda a solas con ella para
torturarla y quizás violarla a gusto, sin tomar excesivas precauciones porque, machista
hasta la médula, no la considera una amenaza pues “es sólo una mujer”. Como estaba cantado, nuestra heroína se libera
con un cuchillo que tenía escondido y le hace un par de feas heridas al
capitán, además de un corte en la boca mientras le dice palabras edificantes y
fieras, dignas de una auténtica amazona y no de una madre de familia
esclavizada.
Escapa
y poco después sale el capitán malherido que ordena cogerla viva. Los soldados
la persiguen y la rodean, pero cuando esperamos fervientemente que la heroína guerrillera
reciba finalmente su merecido llegan nuestros héroes los maquis, que se cargan a casi todos los perseguidores.
Mientras
tanto las cosas se ponen feas para los soldados, que han tenido muchas pérdidas
en varias escaramuzas y están ya en franca inferioridad. Los guerrilleros dan
el asalto final y en medio de la refriega la Niña escapa con el recién nacido
hasta el laberinto, donde la espera el fauno que ha decidido darle otra
oportunidad. Deberá verter la sangre inocente del bebé y así entrará en el
reino subterráneo. Pero ella se niega. Mientras tanto el capitán psicópata la
ha seguido y la ve hablar sola (no puede ver al fauno). Le quita el niño y,
malo hasta el final, le pega un tiro a la niña.
A la
salida del laberinto le esperan los guerrilleros y nuestra heroína. El Padre
Opresor pide que le digan a su hijo la hora a la que murió su padre. Pero la
heroína emancipada se niega y le comunica que el niño “ni siquiera sabrá quién era su padre”, enunciando así el primer
mandamiento de la sociedad matriarcal.
El
capitán es liquidado y el alma de la niña muerta retorna al inframundo, pues resulta que en
realidad ha superado la prueba, prefiriendo verter su sangre antes que la de un
inocente.
Como vemos, es todo muy edificante en este catecismo antifascista,
feminista y antipaterno.
Acerca de la ambientación histórica y la propaganda
política, es como muchas otras películas cometidas en España en los últimos
años, totalmente maniquea con los malos malísimos franquistas y los
buenos republicanos.
Es curioso que esta misma gente
critique a los americanos por intentar ganar la guerra de Vietnam en el cine, cuando ellos hacen lo mismo
con las películas ambientadas en el Guerra Civil. Con la salvedad de que hay
películas americanas decentes sobre ese tema, mientras que las españolas son
bodrios infumables que destacan por ramplonería y zafiedad. Si las peores
películas americanas sobre el Vietnam son un poco infantiles, las españolas en
general y esta en particular se acercan ya al nivel del retraso mental.
Pero esto es sólo lo secundario y la ambientación
histórica. Lo más importante y el tema central de la película es, naturalmente,
la demolición de la figura del padre. Tal es el contenido que transmite, el
corazón infecto y venenoso de su mensaje: la destrucción y la anulación de la
paternidad, la presentación de la maternidad como una explotación de la mujer,
la exaltación de la mujer guerrera vengadora que destruye al padre por partida
doble: primero lo asesina eliminándolo físicamente y luego lo asesina en la
memoria del hijo, dejando bien claro que “el
hijo ni siquiera sabrá el nombre de su padre”.
Como vemos esta nauseabunda película es la misma
encarnación de la ideología antipaterna que domina la sociedad actual del
matriarcado histérico, que es el verdadero nombre del Occidente moderno.
Mensaje que se complementa y potencia, de manera natural, con
una explícita proyección de la espiritualidad en el mundo inferior y
subterráneo. La preferencia por la oscuridad sobre la luz, el carácter
vagamente infernal de las criaturas que pueblan el submundo, la aspiración a descender en la que el alma perdida encuentra
su más auténtica realización.
Ya desde antes del cristianismo se ha
advertido el carácter inferior, regresivo y disolutivo de tales símbolos, de
este tipo de sugestiones e imágenes, señales inequívocas de una pseudoespiritualidad
decadente y una naturaleza interna que aspira a la degradación y a la oscuridad
interior.
El fomento y la difusión de tales tendencias, la acción activa
y el trabajo sobre las mentes, es en verdad la intención principal que hay
detrás de esta y muchas otras manifestaciones de la cultura actual, más allá
del discurso meramente comercial.
En efecto no se trata sólo de simple entretenimiento sino
de transmitir un mensaje, y de una manera particularmente insidiosa. Los
catequismos de la degeneración se pueden comparar con dulces bien confeccionados
y atractivos pero rellenos de veneno. La doctrina no se imparte literalmente,
sino a través de imágenes, sugestiones, atmósferas y símbolos, que son infinitamente
más penetrantes; se incrustan en la mente, se filtran en profundidad y de
manera particular en las mentes en formación, más receptivas, que casi sin
darse cuenta absorben el mensaje y cuando han crecido ya lo tienen incorporado.
Con las observaciones anteriores creo que ha quedado clara
la clase de basura ante la que nos encontramos, el nivel espiritual y el
carácter de los contenidos que se promueven. Los hemos ilustrado en este caso
particular pero se encuentran en mil otros ejemplos y en toda la cultura
contemporánea. Ni siquiera hace falta buscar significados ocultos, hacer
cábalas o hilar muy fino, sino que todo está ahí, visible para quien lo quiera
ver.
El
contenido principal de la película es, concluyendo, la destrucción de la figura del padre y la
apología del parricidio. Tema central que, de una u otra forma, está en las
raíces mismas de la ideología hoy dominante. Casi diría que representa la
esencia de la sociedad en que vivimos: el Occidente moderno es, ante todo, la
sociedad que ha matado al Padre.
Ahora
bien, para el mundo clásico que está en el las raíces de nuestra cultura, y en
realidad para cualquier civilización que merezca tal nombre, el crimen capital ha
sido siempre el parricidio, el
asesinato del padre.
La
sociedad basura que ha tomado forma en el Occidente moderno ha matado al Padre,
está ella misma fundada, ideológica y espiritualmente, sobre el crimen capital
del parricidio, y por tanto es una
sociedad que merece morir.