viernes, 14 de marzo de 2014

EGIPTO Y UCRANIA

La verbena de la hipocresía





Creo que cada vez más personas se dan cuenta del carácter de farsa y engaño que ha ido asumiendo el sistema democrático; una máscara para legitimar una oligarquía, que además es especialmente incompetente y parasitaria, un sistema en el que quienes realmente deciden e imponen son poderes ocultos, personajes a quienes nadie ha elegido en las urnas y que no responden de su actuación ante los pueblos cuyos destinos deciden, sino sólo ante la casta a que pertenecen.

A nivel internacional la farsa es si cabe más acentuada y descarada: los países occidentales se llenan la boca con los valores democráticos y la exportación de la democracia, pero lo que realmente quieren decir es que un gobierno es democrático cuando es pro-occidental; especialmente – y este es el punto decisivo – cuando está disponible a endeudarse aceptando la ayuda de las instituciones financieras internacionales. Lo que significa repartir una golosina a corto plazo, un bienestar con fecha de caducidad, para que la gente esté tranquila y se deje mejor guiar; para caer a largo plazo en la esclavitud de la deuda con lo que ello implica: permitir que el FMI venga a dar órdenes y dirigir la economía, vender a precio de saldo el país entero a los especuladores, endeudar a toda la población y – eso sí – cubrir de oro a las élites corruptas vendepatrias cuya colaboración es necesaria para el éxito de la operación.

Si un gobierno se porta bien entonces es democrático, con tal de que haya tenido algún respaldo en unas elecciones. Si un gobierno se porta mal y no es suficientemente pro-occidental entonces no es democrático, no importa que haya tenido o no el respaldo de las urnas. Se puede decir siempre que el gobernante es un tirano, un dictador, adjetivo que nunca se reserva a un gobierno pro-occidental por muy autoritario que sea.

De la misma manera, para políticos y medios occidentales, un golpe de estado militar contra un gobierno elegido democráticamente, o una insurrección armada seguida de un golpe de estado parlamentario, no son ilegítimos si llevan al poder a un gobierno pro-occidental. Eso sí se lamentan las violencias – atribuidas a la otra parte - y se busca legitimarlo lo antes posible con el cansino rito electoral para que la conciencia democrática se quede tranquila.

La verbena de la hipocresía aquí es evidente, el doble rasero llega a ser grotesco y totalmente falto de pudor; a lo largo de los últimos años todo esto ha sido bastante claro pero nunca tan evidente y descarado como en estos últimos años. Los ejemplos de Egipto y Ucrania lo dejan claro una vez más.

En Egipto hemos tenido un golpe de estado militar, clásico, contra el gobierno islamista salido de las urnas. Las protestas contra el golpe fueron violentas como es justo y legítimo (si el poder no respeta las reglas yo no tengo porqué respetarlas), y durante la represión de estas protestas por parte del ejército el saldo fue de varios cientos de muertos, si no miles. Nadie se llevó las manos a la cabeza en Occidente, no se habló de represión brutal ni de imponer sanciones, a pesar de que la violencia islamista defendía la legalidad democrática contra un golpe de estado. Los políticos europeos y americanos, así como las putas del periodismo en los medios de comunicación, disimularon todo lo que podían y sustancialmente reconocieron el golpe y el gobierno de los generales. Porque el gobierno islamista no era pro-occidental y el de los generales sí.

En cambio en Ucrania, donde el gobierno pro-ruso ha sido derribado por una insurrección armada apoyada por Occidente, las víctimas han sido muchas menos. Alrededor de un centenar de los cuales 9 o 10 policías abatidos por disparos o linchados por los insurrectos, cuyo objetivo – plenamente logrado – era tomar el poder con la fuerza y acabar con un gobierno que, impopular o no, había sido elegido en las urnas. En este caso los políticos europeos y americanos, las putas del periodismo, las conciencias morales de la sociedad, han puesto el grito en el cielo, se ha hablado de sanciones, de represión brutal y criminal. Y se ha reconocido enseguida al nuevo gobierno.

El doble rasero en las actitudes occidentales es demasiado evidente, y totalmente incomprensible si uno considera los medios como información y no como la propaganda que son, si uno se toma en serio la palabrería y la retórica sobre democracia. Sin embargo cuando uno comprende claramente que para la comunidad internacional – un seudónimo de EEUU y sus vasallos - un gobierno es democrático si así lo decreta Occidente, todo se comprende y encaja en su lugar.

Aquí hay que entenderse: ningún golpe de Estado, desestabilización o subversión puede funcionar si el terreno no es favorable, si la sociedad no está dividida profundamente y existe un conflicto grave, latente o abierto. Los generales egipcios cuando derribaron el gobierno electo islamista, seguramente gozaban del apoyo de grandes sectores de la sociedad. No son “los generales contra el pueblo” ni nada parecido. Como lo de Ucrania no es “el gobierno marioneta de Putin contra el pueblo” ni nada parecido, porque el presidente depuesto tiene o tenía el apoyo de gran parte de los ucranianos. Además de que regiones enteras son rusas y prefieren estar ligadas a Rusia.

Pero es precisamente cuando existe un conflicto serio y una fractura, cuando desde el exterior se puede subvertir un país y derribar su gobierno. Ya se ocuparán los medios de comunicación de presentar la operación como una lucha por la libertad.

La retórica democrática y derechohumanista se muestra, una vez más, por lo que es: una colosal verbena de cinismo e hipocresía.

Pero sacando conclusiones de todo esto, no querría terminar sin una nota positiva. Porque una nota positiva existe: que mirando bien las cosas, la democracia occidental se está deslegitimando a sí misma con su propia hipocresía. En efecto, Occidente ha dejado bien claras dos cosas con su actitud en las dos crisis mencionadas, con su apoyo y reconocimiento de legitimidad a los gobiernos nacidos del golpe militar egipcio y de la insurrección armada ucraniana.

Primero, que es legítimo y justo que el Ejército actúe para derrocar a un gobierno elegido en las urnas si así lo exige el interés nacional, y si las Fuerzas Armadas tienen detrás a un sector consistente de la opinión pública. Claro, se necesita también tener una justificación moral.

Segundo, es legítimo y justo que un movimiento patriota y nacional organice una insurrección armada y - sin esperar elecciones - conquiste el poder derribando a un gobierno elegido en las urnas, si así lo exige la nación, se tiene la capacidad para ello y el apoyo de un sector consistente de la población. También aquí es necesaria justificación moral.

Estos principios son los que Occidente ha reconocido implícitamente y ha legitimado con su comportamiento. Por cierto que en todo lo anterior, lo de la justificación moral es la condición más fácil de satisfacer, porque cualquiera que tenga ideas y no simplemente intereses posee esa justificación moral, lo reconozca o no el contrario.

Esto, por si alguien dice que la demoplutocracia occidental tiene una justificación moral y los demás no. En efecto, que las élites traidoras y antieuropeas que nos gobiernan pretendan tener superioridad moral y negársela a los demás no es particularmente impresionante ni convincente, excepto para ellas mismas.

Esta es la nota positiva, que la farsa democrática está aserrando la rama del árbol donde se sienta, habiendo legitimado el uso de la violencia para derribar gobiernos democráticamente elegidos. Tomemos nota de tales lecciones que nos imparten los defensores de la democracia, puesto que en el futuro tales lecciones serán pertinentes en la lucha de liberación europea.

En efecto, cuando las fuerzas patriotas europeas realmente empiecen a ser una preocupación para el poder, éste recurrirá a la guerra sucia y a la represión en nombre de la democracia, y llegado este momento será inevitable, justa y legítima la revolución que traerá una regeneración europea.

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