sábado, 20 de julio de 2013

UN MUNDO SIN ALEGRÍA



A menudo los niños, como se sabe, ven las cosas más claramente que los adultos y de manera inmediata. No por casualidad se dice que el filósofo ha de tener algo de niño dentro.

El otro día, en una salida a la montaña, mi hija observaba un grupo de chavales que iban delante de nosotros caminando; alegres y de buen humor, reían a menudo. Entonces con sus once años me hizo una de esas preguntas que sólo los niños saben hacer y le ponen a uno en graves dificultades. Preguntas que son como un estilete y van al fondo de la cuestión.

¿Por qué los niños y los chavales se están riendo siempre y los mayores ya no se ríen, como si hubieran perdido las ganas?

Naturalmente la observación es sumamente exacta y captura la realidad de una sociedad en la que, no solamente todo el mundo está genéricamente cabreado por defecto, dispuesto a saltar y a sentirse molesto por cualquier estupidez, sino que en un sentido profundo carece de alegría.

Desde luego no será porque no buscamos la felicidad. Leemos revistas de salud y libros de realización personal y autoayuda, tenemos entretenimiento para aburrirnos, nos podemos atiborrar de comida como cerdos y a menudo lo hacemos, con el único límite del terrorismo diagnóstico de los niveles de colesterol y triglicéridos; tomamos drogas y alcohol, se fornica con absoluta libertad casi a cualquier edad, tenemos parques temáticos, centros de ocio, felicidad electrónica para dar y tomar. Por no hablar de la legión de psicólogos, asistentes y expertos cuya misión es ayudarnos a encontrar la felicidad, y las investigaciones de sesudos estudiosos que intentan arrancar científicamente su secreto.

Sin embargo, como puede ver una niña de once años que ignora toda esta morralla, la sencillísima, pura verdad es que no tenemos ganas de reír. Por lo demás cualquiera puede ver, por ejemplo mirando caras por la calle y sobre todo las de los conductores, todo el mundo está amargado y desquiciado. A pesar de tener todos los goces del mundo.

Pero es que goce no es lo mismo que alegría. Es significativa a este propósito la observación de Konrad Lorenz, cuando comenta que la palabra y el concepto de “alegría” (Freude) están totalmente ausentes – curiosa ironía - en la obra de Freud, que en cambio habla siempre de “goce” (Genuss). Y es pertinente esta observacion porque, si bien la psicoanálisis freudiana está bastante desacreditada en el plano científico (“Declive y caída del imperio freudiano”, de Hans Jürgen Eysenck; psicólogo por cierto maldito por sus resultados sobre genética, educabilidad e inteligencia), el freudismo como ideología está bien vivo y es uno de los pilares de la infracultura decadente, crepuscular, que domina hoy en día. Nuestra sociedad actual es en gran medida freudista, en el sentido de un freudismo reelaborado, divulgado en forma asimilable a través de los epígonos de Freud; los más importantes entre ellos, Wilhelm Reich y Erich Fromm, que forman el brazo psicológico del marxismo cultural, defensores incansables del pansexualismo y la eliminación de tabúes y represiones.

Nuestra sociedad está basada como todos sabemos en el goce, en el consumo, en el sexo y en el dinero que nos puede procurar aún más goces, en la abolición – es una idea fija - de los dichosos tabúes y las represiones que impiden gozar. Sociedad, en definitiva, en la cual abundan todos los goces pero donde no hay alegría.

Y donde, dicho sea de paso, nos ahogamos en un vaso de agua y necesitamos asistencia psicológica en cuanto nos pasa algo, y cuando hay que volver al trabajo nos entra la depresión postvacacional, temas que tienen relación con lo tratado aquí y de los cuales me ocupé en su momento:



Es oportuno reproducir un pasaje del libro de Lorenz “Los ocho pecados capitales de la civilizacion occidental” que nos ayuda a enfocar la cuestión.

“La incapacidad de soportar cualquier dolor vuelve inalcanzable la alegría […] Quizá sea posible le goce sin tener que pagarlo a caro precio, pero desde luego así se nos escapa la divina chispa de la alegría. La intolerancia al dolor, fenómeno tan difundido en nuestros días, transforma los naturales altibajos de la vida humana en una llanura artificial, las olas grandiosas del mar tempestoso en vibraciones apenas perceptibles, las luces y las sombras en un gris apenas perceptible…”

Esta es precisamente la sociedad en que vivimos, una sociedad gobernada por el nivelamento igualitario y la mediocridad de sentimientos, valores, ideas. Donde se gastan grandes sumas y se realizan esfuerzos ímprobos para buscar frenéticamente la felicidad y el goce, se nos entretiene y se cuida de nuestro bienestar, gente titulada - e incluso con máster - nos ilumina sobre cómo vivir mejor, expertos cuidan de nuestro bienestar y hay una pastilla para cada molestia física o psíquica.

Todo esto, el lector lo habrá comprendido ya, es precisamente lo que nos roba la felicidad, es la capa de plomo que pesa sobre nosotros y nos ha robado la alegría y las ganas de reír. Aparentemente la felicidad se comporta como un pájaro que nos alegra - a veces - con  su canto, pero en cuanto oye todo este ruido y ve toda esta gente impertinente que viene a incordiar, a tomarle fotos, a medirle las plumas y a manosearlo, se va con la música a otra parte.

Claro que ante la pregunta de mi hija, en aquel momento intenté dar una repuesta lo más sencilla posible y comprensible para su edad. Si le hubiera soltado el ladrillo que acabo de escribir, incluso a ella se le habrían pasado las ganas de reír.

Saludos del Oso

1 comentario:

Aryan dijo...

Yo quisiera apuntar otro punto de vista: está demostrado que la inteligencia es inversamente proporcional a la felicidad, aunque en el caso de los niños más bien habría que hablar de la experiencia. Algo similar ocurre entre jóvenes y ancianos: los jóvenes se creen que pueden "comerse el mundo" los ancianos saben que solo pueden anhelar la muerte. No es una cuestión de tener o no comodidades: los negros conservan su carácter festivo e inmaduro así vivan en su hábitat natural (el primitivismo salvaje) o en el seno de una sociedad civilizada. No hay más que ver las cualidades que las BWE emplean para tratar de "cazar" un marido blanco: alegría, promiscuidad, voluptuosidad... igualmente, para incitar que las blancas se revuelquen con negros enfatizan el tamaño del pene y una brutalidad simiesca. Comparemos esto en cambio con la belleza y la inteligencia de una asiática o (sino están infectadas por el feminismo) de una blanca: ídem en el caso masculino (la costumbre esa de las rastas, al igual que el rapado es típico de los negros ya que o lucen unos pelos que parecen ristras de mierda o se hacen artificialmente calvos: comparemos esto con las elegantes melenas asiáticas o blancas -los metaleros nórdicos son un buen ejemplo, y es que como decían los espartanos "el pelo largo hace a un rostro bello más bello y a un rostro feo más fiero). Pues bien, esta realidad racial puede fácilmente extrapolarse a la dicotomía felicidad vs sabiduría: es lógico que si la existencia está maculada, el ser capaz de percibirlo proporcionará una angustia proporcional a la sabiduría adquirida, mientras que en el caso contrario uno será como un esclavo feliz que no es consciente de su esclavitud: "corazón que no ve, corazón que no siente". La única forma de lograr un cierto consuelo, para el sabio, es el desapego y la espiritualidad, conocer que "mi Reino no es de este mundo", lo cual además fortalece ya que el anhelo de la muerte permite luchar como un kamikaze, y esa es la única manera con la que un grupo más escaso y más débil puede imponerse o al menos dejar una herida perenne en un grupo más numeroso y más fuerte: por esto yo siempre digo que la mejor armadura es una armadura de bombas, no veo satisfacción mayor que hacer creer al enemigo que te ha capturado, fingir humillación y cuando se acerca el oficial a pavonearse BUM: enemigo a la parrilla, cortesía de un mártir de Dios, gloriado sea. Por todas estas razones, cuidado, porque aunque la inocencia infantil les haga inconscientes de la amargura de la Mácula (que ha hecho que la existencia consista en islas de felicidad errando en un mar de sufrimiento), hasta que crezcan y experimenten el Mal, eso no quiere decir que esto sea necesariamente algo envidiable, dependerá de qué es más valioso para cada persona: si prefieres la sabiduría debes pagar el precio de la melancolía, y si prefieres la felicidad debes pagar el precio de la ignorancia. Nada es gratis en esta vida, y si quieres señalar culpables ahí está la Tríada demoníaca y en especial al Anticristo Sorat. Además, la tragedia tiene una belleza exquisita solo perceptible para aquellos de ánima sensible, una de mis razones para despreciar a los romanos es que tomaron la tragedia griega (algo exquisita y cuasi-iniciático con la mímesis y la catarsis) y la transformaron en pantomima (la versión antigua de Torrente): eso es algo tan significativo que me basta para sentir el más profundo de los desprecios por Roma. Por ej, uno de mis temas favoritos del grupo de cello-rock finés Apocalyptica es Conclusion, cuya melancolía solo se compara con su exquisita belleza: http://www.youtube.com/watch?v=erpMcIq6RYY Igualmente, yo siento una conmoción agridulce al leer el Apocalipsis (mi libro favorito de la Biblia ya que satisface mi anhelo esjatológico), así como al leer en Isaías la caída de Helel, es tan trágico y a la vez tan bello, tan poético y elevado... aunque soy consciente de que esta combinación no es apta para el gusto de la mayoría de los paladares espirituales.

Saludos en Cristo