domingo, 12 de abril de 2009

AZOTES DE NUESTRO TIEMPO: JUECES MISIONEROS

Esta entrada del blog fue la primera versión para el capítulo correspondiente del libro "Azotes de Nuestro Tiempo" publicado en 2017. Se dejan algunos párrafos como muestra.

Como el lector intuirá fácilmente, el tema de esta entrada es la llamada Justicia Universal. Concepto jurídico según el cual los tribunales de justicia de un país no reconocen límites a su jurisdicción y por tanto se consideran con derecho a meter las narices y a intervenir en cualquier parte del mundo para perseguir crímenes, especialmente cuando la justicia del país en cuestión no pueda o no quiera hacerlo.

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Por lo menos, hay que reconocer a estos jueces, y en general a los defensores de la Jurisdicción Universal, el punto a su favor de que actúan movidos por ideales de justicia y no por motivaciones políticas; ello los pone ya un peldaño por encima de esa farsa que han sido y serán siempre los procesos por crímenes de guerra. Tribunales farsa que no son otra cosa que la justicia del vencedor, comenzando por el proceso de Nuremberg (continuación del esfuerzo bélico de los aliados, por explícita admisión del tribunal) hasta el Tribunal de La Haya para los crímenes cometidos en las guerras que acompañaron la disolución de Yugoslavia.

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En la raíz de todo este tema está el engaño de los valores y criterios universales, que la corriente de pensamiento del universalismo igualitario, dominante en las organizaciones internacionales y que podemos considerar el corazón del evangelio progresista, se obstina en imponer a todo el mundo, pasando por encima de las diferencias enormes de historia, cultura y ser de los pueblos.

Observemos además que -por supuesto- hay una universal falta de acuerdo sobre lo que son valores universales. La célebre fatwa del Ayatollah Jomeini contra el escritor Salman Rushdie es otro ejemplo de jurisdicción universal, porque así lo entienden cientos de millones de musulmanes.

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Invadir el espacio del Otro en nombre de pretendidos criterios universales tiene como contrapunto inevitable trabajar para la destrucción de la propia identidad en nombre de los mismos criterios universales. Raza, cultura, tradición...no tienen cabida en la cuadrícula que nuestras traidoras clases dirigentes en Occidente quieren imponer a toda la humanidad.

Pero mientras en el resto del mundo la gente sabe muy bien quién es, los únicos imbéciles que no queremos saber quiénes somos y cuando lo recordamos nos sentimos culpables por ello, intoxicados y envenenados por una ponzoñosa propaganda, somos los occidentales.

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